Que el temor no cuente nuestro destino

Opinión

Por: Aleida Paredes

La marcha del 15 de noviembre, protagonizada no sólo por la Generación Z, sino por miles de ciudadanos de todas las edades en distintas ciudades del país, dejó un mensaje innegable: México está despertando. El clamor colectivo no fue un capricho político ni una protesta pasajera, sino un recordatorio profundo y urgente al gobierno: la seguridad y la justicia no son favores, sino deberes ineludibles del Estado.

La Biblia nos enseña que las autoridades son puestas para “castigar al que hace lo malo y honrar al que hace lo bueno” (1 Pedro 2:14). Cuando esa función se diluye, cuando la violencia encuentra refugio en la impunidad, cuando los jóvenes deben marchar para exigir lo que debería ser natural, algo está profundamente roto. Y ayer, miles de pasos sobre el pavimento denunciaron esa ruptura.

El #15DeNoviembre algo extraordinario ocurrió: los jóvenes dejaron de ser espectadores. Rehusaron la comodidad del “no me importa” y levantaron la voz. En su mayoría, nacieron en un país acostumbrado al miedo y a la incertidumbre, pero aun así eligieron caminar juntos diciendo: “no aceptamos este destino”.

La violencia busca eso: paralizar. El miedo es el arma favorita de quienes desean ciudadanos silenciosos, distraídos o dependientes. Pero la marcha dejó claro que el miedo no será quien cuente nuestro destino.

México está cansado de normalizar la sangre, de aceptar la pérdida como estadística, de adaptarse a una vida donde la justicia parece un privilegio.

Frente a un gobierno que promete paz mientras deja crecer el dolor, la sociedad tuvo que recordarle su mandato básico. Un Estado que no garantiza seguridad, pero sí reparte subsidios como anestesia, apuesta a un pueblo sumiso. Es ahí donde la conciencia cristiana debe encender la alerta.

Jóvenes: ustedes son herederos de un país que necesita su valentía, no su dependencia.

La cultura del subsidio —cuando se vuelve manipulación política— es un arma silenciosa que adormece la responsabilidad, la creatividad y el propósito. Promete alivio inmediato, pero cobra un precio altísimo: la libertad de decidir, de crear, de emprender, de aportar.

Desde la visión bíblica, cada persona es creada con dones, talentos y una misión particular. El socialismo en su versión más paternalista, por el contrario, mata esa iniciativa: reparte escasez y controla voluntades. Se convierte en sepulturero de sueños, enterrando lo que cada joven podría aportar al presente y al futuro de México.

No hipotequen su futuro por una dádiva. No permitan que su conciencia sea silenciada por una transferencia quincenal. No entreguen su libertad a cambio de un asistencialismo que los quiere súbditos y no ciudadanos.

El país necesita jóvenes que piensen, que cuestionen, que innoven; jóvenes que entiendan que la justicia no es negociable y que la libertad no se mendiga: se defiende.

Necesita jóvenes que caminen con la convicción de que Dios los hizo para cosas grandes, no para sobrevivir en un sistema que los quiere dependientes.

La marcha del 15 de noviembre no fue el final de nada. Fue el principio de un despertar. Una nación entera está mirando a su generación con esperanza. Y Dios también.

Que el miedo no cuente nuestro destino. Que lo cuenten la verdad, la justicia, la libertad y el valor de quienes decidieron no callar. 

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