Por: Francisco Carlos Zárate Ruiz
La palabra gentrificación es un neologismo que el diccionario de la Real Academia Española define como:
Gentrificación. Del ingl. gentrification. 1. f. Urb. Proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de mayor poder adquisitivo.
Como se advierte en la definición de la RAE, la gentrificación, en su acepción original, implica un desplazamiento forzado por razones económicas de una población que no puede competir con el poder adquisitivo de los recién llegados. En términos simples, es un procedimiento deleznable mediante el cual los poderosos y elitistas se apoderan de los lugares más bellos, mejor ubicados o de menor costo de vida. En México, estos desplazantes son, en su mayoría, de nacionalidad estadounidense.
La definición de la RAE se ha quedado corta, pues la gentrificación actual no solo se refiere a la “renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada”, sino que, con la complicidad de autoridades corruptas, también se apropia de espacios “protegidos” —como los llamados pueblos mágicos— y zonas costeras. En estos lugares, individuos o empresas impiden el libre acceso a playas y espacios públicos que consideran de su propiedad.
Las dos formas de gentrificación descritas anteriormente suelen ser protagonizadas por personas de la tercera edad, cuyas pensiones les permiten adquirir con holgura terrenos y casas que la mayoría de los jubilados mexicanos ni siquiera soñamos poseer. La razón principal por la que estos pensionados extranjeros deciden vivir en nuestro país es que buscan pasar su vejez en paz y tranquilidad, pero con los privilegios a los que estaban acostumbrados en su lugar de origen. Esto se les facilita gracias al alto valor de su moneda frente al peso mexicano y a la “accesibilidad” de las autoridades en este “patio trasero”.
Esta fracción mayoritaria de gentrificadores —pensionados estadounidenses, junto con grandes empresas hoteleras— está generando conflictos con nosotros, los legítimos habitantes de este hermoso país. Pretenden adueñarse de los espacios públicos y modificar nuestra forma de ser: alegre y bulliciosa. Se han registrado múltiples altercados que han circulado por redes sociales, y aunque parece que las autoridades han reaccionado en ciertos casos, incluso expulsando a algunos revoltosos, eso no es suficiente.
Hay que establecer para los estadounidenses las mismas restricciones legales que enfrentan los mexicanos cuando quieren o necesitan ingresar a su país. Es decir, además del pasaporte, debería exigirse una visa que incluya el motivo del viaje, una constancia de no antecedentes penales, el cumplimiento del tiempo de estancia autorizado, el respeto a nuestras leyes y a nuestra forma de vida, entre otros requisitos necesarios para mantener bajo control a quienes, según Trump, han sido abusados por todos.
Existe, además, una tercera faceta de la gentrificación que no contempla la definición de la RAE: la protagonizada por estadounidenses en edad productiva. Ante la inflación, convertida últimamente en crisis económica por el “bembo” que tienen como presidente, emigran a nuestro país, alquilan viviendas a precios exorbitantes (encareciendo así las rentas y los bienes raíces en general) y, en su ingenuidad, trabajan en línea para empresas estadounidenses sin pagar impuestos en México. Ignoro si el gobierno ha tomado medidas al respecto, pero es urgente que haga algo para equilibrar, al menos en parte, los abusos que los estadounidenses cometen contra los inmigrantes latinoamericanos en su territorio.
Por otra parte, y conociendo cómo actúan nuestros “vecinos distantes”, esta gentrificación podría ser la “cabeza de playa” de una invasión suave. Esta práctica comenzó en la década de 1990 con la instalación de sucursales de grandes empresas de todo tipo en nuestro país. Incluso Hollywood promovía la gentrificación: en muchas películas, si alguno o algunos personajes —generalmente delincuentes— tenían problemas con la justicia, comentaban entre ellos: “Es hora de irnos a México” o “Hay que cruzar la frontera”.
Espero estar equivocado, pero Trump ha provocado que grandes empresas como John Deere, fundamentales para la economía estadounidense, estén trasladando sus fábricas a nuestro país.
Por tanto, como se dice coloquialmente, el gobierno tiene que “ponerse las pilas” y hacer trabajar las neuronas de sus funcionarios y asesores hasta encontrar una solución a este problema casi imperceptible, pero que puede tener consecuencias muy negativas para el pueblo de México. Para ello, se requiere voluntad política y unidad nacional.
Pinotepa de los pueblos originarios y afromexicanos, 24/04/20