Por: Francisco Carlos Zárate Ruiz
Los servicios de salud en los países del mundo sólo tienen dos características generales: son buenos y muy caros porque los opera la iniciativa privada, o son de pésima calidad porque los otorga el gobierno. El suministro de medicinas, realizado por pocas, pero gigantescas, compañías farmacéuticas transnacionales, sólo resulta eficaz para los ricos de cualquier país, pues los gobernantes de los países no industrializados, doblan la cerviz ante los imperios económicos y no desarrollan la investigación y la producción de medicamentos.
En México existe una infraestructura hospitalaria de buena calidad, encabezada por los hospitales de tercer nivel llamados Institutos Nacionales de Salud, que existen sólo en la Ciudad Capital (como debiera llamarse la Ciudad de México), con hospitales generales pertenecientes a la Secretaría de Salud (SSA), al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), y al Instituto de Seguridad Social al Servicio de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), donde se cuenta con todas las especialidades médicas. En las otras grandes ciudades hay, igualmente, hospitales de segundo nivel y de algunas especialidades en las capitales estatales, pero que, eventualmente, recurren a los Institutos Nacionales de Salud en la Ciudad de México.
En los municipios la circunstancia es lamentable: en los pueblos más grandes llamados pomposamente ciudades hay, si acaso, un hospital general del IMSS (recién bautizado como IMSS Bienestar), otro del IMSS tradicional y uno más del ISSSTE, que casi todos o todos, han carecido principalmente de medicinas, equipos, y acusado deficiencias en las instalaciones; las especialidades son referidas a las capitales estatales o a la Ciudad de México, pues la telemedicina y el telediagnóstico están en pañales. Para muestra basta un botón: los médicos hacen sus historias clínicas en máquinas de escribir que son, en esta era cibernética, de la prehistoria.
En las delegaciones municipales existen pequeñas clínicas que hasta hace poco carecían de todo, pero que con el programa denominado La Clínica es Nuestra han mejorado mucho en cuanto a instalaciones, personal médico y existencia de medicinas, cuando menos para las enfermedades más comunes en la región de que se trate.
Las clínicas y hospitales particulares, los comerciantes de la salud, están en todas las grandes y pequeñas ciudades o pueblos con ínfulas de ciudades, pero cobran hasta los suspiros de las enfermeras, y la hospitalización como si fueran hoteles de cinco estrellas. Hay que considerar a los
médicos particulares a los que consultan quienes no pertenecen al IMSS ni al ISSSTE, y que complementan sus ingresos con la venta de medicinas. ¡Ah! Y no olvidemos al Dr. Simi, que se ha convertido en el doctor y distribuidor de medicinas por excelencia (en precios), de los jodidos.
Todo lo anterior, expuesto de manera muy resumida, constituye el cimiento del edificio procurador de salud, pero hay particularidades que, si no son consideradas en la integración de un sistema de salud, se traducen en altos costos para la nación, el deterioro de la salud comunitaria y, eventualmente, en ingentes aumentos de la mortandad, como le sucedió a todo el mundo durante la pasada pandemia de Covid 19, cuando hubo que elaborar vacunas, en los países con recursos para ello, a toda prisa y algunas sin cumplir cabalmente los protocolos de producción; hubo también que fabricar respiradores, habilitar espacios de hospitalización, etc..
También se tuvo que batallar contra la ignorancia de la gente (incluida la instruida del primer mundo) pues muchos negaban la existencia de la enfermedad y la eficacia de las vacunas, a las que incluían en teorías conspirativas para diezmar la población mundial. Además, la enfermedad se
propagó más de lo que debiera, porque la gente (lo digo por México) se resistía a usar el cubreboca, lo que originó una controversia en la que participó hasta el Presidente de la República.
Actualmente, en Pinotepa hay una epidemia de Dengue, de la que yo fui una víctima afortunada, pues ocurrí oportunamente a Urgencias del ISSSTE, donde me brindaron una excelente atención en todos los aspectos, durante cuatro días y tres noches que estuve hospitalizado, por lo que cuentan con mi agradecimiento personal y mi reconocimiento como crítico oficioso.
Mi caso particular aparte, me parece que, en esta epidemia de Dengue, como en cualquiera otra, debiera establecerse una estrategia general y coordinarse los esfuerzos de todas las instituciones al cuidado de la salud comunitaria, incluido el Ayuntamiento, que cuenta con un Regidor de Salud y un Director de Protección Civil (la salud entra, o debe entrar, en la Protección Civil), además de un grupo imprescindible en toda estrategia de salud en la costa: los trabajadores del Programa de Enfermedades Transmitidas por Vectores, los conocidos coloquialmente como “Brigadas contra el paludismo”.
La estrategia, según mi opinión no especializada, debiera integrarse de la siguiente manera:
- Homogeneizar y difundir entre la población las medidas preventivas, la oportunidad del diagnóstico, la información etiológica, patogénica, el tiempo de incubación, y toda la que los médicos consideren importante para la población.
- Auxiliarse y coordinarse para la referencia de pacientes entre instituciones locales y hacia otros lugares. Homogeneizar el tratamiento médico.
- Realizar reuniones de información o de coordinaciones especiales.
- Poner especial atención al abastecimiento de insumos sanitarios y medicamentos.
- Establecer zonas de cuarentena y atención sanitaria preferente.
- Hacer obligatorias para la población, las medidas sanitarias que se dispongan.
- Otras que complementen o substituyan las aquí propuestas.
Como siempre, lo aquí expuesto tiene como única finalidad despertar las conciencias de los administradores de la salud, de los médicos tratantes, de los grupos de sanidad comunitaria y, principalmente, de las autoridades municipales, pues muere mucha gente, principalmente niños, por el Dengue.